miércoles, 20 de febrero de 2008

Mi iniciación en el tambor secreto Añá, de Ifá, Por José Millet

La iniciación de un omo-alaña

José Millet milletjb2007@gmail.com

Antropologo cultural - coordenador de la Casa del Caribe y redactor de www.latinoamerica-online.info

En el día de hoy sábado, 10 de enero del 2004, comenzó el complejo ceremonial de iniciación a un grupo de aleyos de Ifa en los secretos de los tambores sagrados de origen yoruba conocidos por Batá. Esto los habilitará no sólo para estar en capacidad de percutirlos, sino incluso para poder recibirlos en otro complejo ceremonial que esperamos conocer. Importantes y prominentes sacerdotes de Ifá denominados babalawos se dieron cita en la casa-templo del difunto santero Vicente Portuondo Martín, Obae Koso, en la calle Pérez Andre numero 55, entre las calles Bonifacio Byrne y Mártires del Virginius, del barrio de Los Hoyos, el más tradicional de esta ciudad de Santiago de Cuba. Este igbodu fue un desprendimiento del también difunto Reynerio Pérez, a quien se le atribuye la introducción de la Regla de Ocha o santería en la localidad.

La ceremonia fue presidida por el oluo Juan Martén Portuondo , Guancho, Irete Ansa, dueño del tambor Añá Abure Okán Ará Iraguó Ifá Ashé ante el cual habíamos decidido consagrarnos, nacido del tambor sagrado Ochaché Ilú, de Esteban Domingo de La Caridad Vega Bacallao, Chachá, cuyo nombre en la religión yoruba es Ochún Ladde. De este nació el primer tambor añá que se introdujo en Santiago de Cuba el 17 de septiembre de 1989 perteneciente a Milian Galí Riverí, famoso tamborero, profundo conocedor de la música afrocubana con varios libros inéditos y exquisito y experimentado artesano constructor de estos instrumentos. Se afirma que el tambor de Chachá, de Matanzas, es descendiente del de Carlos Alfonso, descendiente directo de africanos y quien vivió en Madruga en las primeras décadas del siglo XIX. Poco menos de un mes después nacería el segundo tambor añá introducido en nuestra ciudad, el de Vicente, de La Playita, nacido de Aldo Fó, en posesión hoy de Papaíto, según Yayo, tamborero de batá y oficiante presente.

Lo asistieron varios sacerdotes de esta religión conocida también por lucumí, como su primer tamborero, Tomás Hechavarría, en Ocha Eshú Kere, hijo del difunto italero Ibrahim, quien pasó a la historia de esta religión por haber oficiado la primera ceremonia religiosa afrocubana en público, en el marco de la tercera edición del Festival del Caribe, que tuvo lugar aquí en abril de 1983 y de la cual fui testigo de primer orden. Junto a él se muestra muy activoYayo, cuyo nombre de pila es George Gakin Faría y en Ocha Obaé Kosó, y con la participación del babalosha Andriol, una de las cabezas del cabildo. Entre los casi veinte iniciados se encontraba el olúo Francisco López Maceo, owó Orunmila Osa Ashé, cuyo ángel de la guarda es Omó Inle, el iyawo Raidel Romero, en Ocha Babá Ofún Ikú y mi persona, abofaká, cuyo oddun o signo en la Regla de Ifá es Ojuani Ogundá Iré.

Los sacerdotes se reunieron en el cuarto sagrado y realizaron un conjunto de actos que tienen un carácter estrictamente secreto, al punto que sólo pueden acceder al recinto aquellos indicados por su jerarquía o función especifica en este proceso iniciático. En primer lugar se da conocimiento y al mismo tiempo se rinde honor a las personalidades de estas religiones de base africana ya fallecidas, mencionando el nombre que cada una de ellas adquirió al ingresar en la Religión de origen yoruba.

Colijo que entre las principales actividades están las que se refieren a la preparación del líquido lustral conocido en santería por omiero y las pinturas que luego desempeñarán un papel fundamental en la iniciación. Todo esto es realizado con rezos y cantos ejecutados en yoruba y todo a puertas cerradas.

En el pasillo del patio de la casa-templo donde nos encontramos, varios sacerdotes proceden a vendarnos los ojos con telas gruesas y de diferentes colores, con la advertencia estricta de que quien se atreva a mirar lo que va a ocurrir quedará ciego; luego nos conducen al recinto sagrado y nos piden colocarnos de rodillas frente a lo que podría definirse como altar principal. Recomienzan los cantos, rezos e invocaciones hasta que nos piden extender los brazos en posición vertical de frente al sagrario con las manos abiertas en posición cóncava; se procede entonces a dibujar en las manos círculos concéntricos partiendo del centro de cada mano con pinturas de colores que dependerá del oddun o signo de Ifá de cada cual. Al tiempo que se producen nuevos rezos, nos ordenan bajar las manos en las que se depositan porciones de yerbas que supongo pertenecen al omiero, las que deberán ser frotadas en la parte cóncava y el reverso de ambas manos.

Una porción sólida del depósito intuyo que se trata de un trozo de jabón con el cual se frota y luego echan agua para culminar la borradura de lo que han pintado en ambas manos. Finalmente, no queda rastro de estos dibujos.

Nos ponemos de pie y nos retiran las vendas con la indicación de que no abramos los ojos hasta que nos lo ordenen y que lo hagamos muy lentamente. Cuando lo hacemos, descubrimos frente a nosotros, situados en el piso, el juego de los tres tambores sagrados batá, encima de los cuales hay otro también con dos parches, pero muy pequeño y de apariencia vetusta que es el añá, orisha que permite la comunicación a través de estos instrumentos musicales con el mundo de lo sagrado, en su acepción mas genérica. A su alrededor, y también en idéntica ubicación, están el receptáculo de Osain y las soperas de los orishas relacionados estrechamente con el fundamento de estos tambores.

El olúo principal nos dice que hemos entrado en el secreto del añá, el cual jamás podrá ser revelado bajo pena de sufrir el castigo más grave y que entramos en una relación que nos hace a partir de ese momento hermanos en esto que se denomina omó-añá u omo-alaña dentro de la Regla de Ifá. Nos sirven ron en una jícara que deberemos beber en el orden jerárquico que parte del olúo recién iniciado, el iyawó y mi persona, pasando al resto de los iniciados. Saludamos a los padrinos y nos abrazamos entre sí los iniciados.

A continuación nos desalojaron del cuarto sagrado y nos hicieron bañar con el líquido lustral que colijo haya sido preparado al inicio de este complejo ceremonial.

Luego se procede a darle de comer al fundamento de cada uno de los entes implicados con esta Sub-Regla: a Shangó, a Obbatalá, a Yemayá, a Osain, a Añá y a los cada uno de los tambores batá, incluyendo el chaguaró o juego de campanas y cascabeles que enlazan a cada uno de ellos. En cada uno de los sacrificios se nos pide limpiarnos el cuerpo y luego el piso, hasta eliminar todo rastro de sangre en él. Se emplea miel de abeja, aguardiente y agua clara. Se consulta con las cinco conchas de coco u Obbi si todo lo ocurrido se ha hecho correctamente, si se necesita algo adicional o si ha sido aceptado por las entidades supranaturales a las que se han dirigido las ofrendas mediante los mencionados sacrificios. Todas las respuestas fueron afirmativas.

Los animales sacrificados son retirados. Salimos del recinto a la espera de compartir la fiesta que se deberá preparar para celebrar nuestra entrada en los secretos del añá. El domingo se decreta día de descanso o reposo para las entidades que han sido alimentadas desde el punto de vista de los sacrificios rituales propios de esta religión y también para nosotros, que deberemos conservar la pureza y actuar como iyawós, lo que implica restricciones como las de no ingerir bebidas alcohólicas ni tener relaciones sexuales. El lunes siguiente, a partir de las once de la mañana, se concretará la iniciación mediante la presentación de cada uno de nosotros ante el tambor de fundamento...para lo cual cada uno de nosotros deberemos ir vestidos de blanco y llevar un plato con dos cocos, una vela, una botella de ron de calidad, frutas y un ramo de flores.

Cuando a esa hora temprana de la mañana entramos a la casa-templo, debimos lavarnos las manos con un líquido lustral en una palangana colocada encima del mueble donde vigilan el ilé-ocha los guerreros, a la derecha de la puerta de acceso principal a la vivienda. Luego de atravesar la sala, nos enfrentamos en el comedor transformado en la plaza: espacio sagrado donde se colocan los fundamentos de la Ocha del olúo dueño de los batá, presidido por una especie de trono donde destaca Obbatalá, al fondo, y escoltado por sendos Changó, encima de uno un gallo y ,en el otro, el collar de mazo de este orisha dueño de los tambores y de la música; a un lado Ossun (primera vez visto por mí encima del piso) y, en su lado opuesto Eleguá, y entre ambos la figura antropomórfica de Osain.

La colocación de los tambores batá en la plaza, marca el inicio de esta parte de la iniciación conocida como la presentación del iyawó ante el añá. Con suma discreción y cuidado es puesto el tamborcito añá encima del fundamento de Changó que porta el collar de mazo. El olúo Guancho prende dos velas, una roja y otra azul, encima de un plato colocado en el piso exactamente en el borde de este espacio. Se le da Obbi con las cuatro conchas del coco a Eleguá, a eggun y al erí (cabeza) del sacerdote que oficia y del resto de los presentes, a Obbatalá... Las entidades consultadas responden en general afirmativamente y se pasa al oro seco: Yayo ejecuta el tambor de Obbatalá situado frente a la plaza, a su derecha el de Changó y a su izquierda el de Yemayá.

A continuación proceden a encerrarnos en el cuarto sagrado donde descubrimos canastas con frutas diversas, enormes racimos de plátanos verdes, una vela encendida en un plato colocado en el piso enfrente al altar y una multitud de botellas de ron. En una mesa situada en la cocina están colocados los ramos de flores traídos por nosotros.

Nos llaman minutos después al convite: nos sientan en una larga mesa en cuyas cabezas se sitúan Guancho y el otro oluo que se esta iniciando, al lado del primer yo, por orden de edad, luego el iyawó y los demás que tienen jerarquía en Ocha. Frente a cada cual hay un plato boca abajo, un vaso y cubiertos. Las apetepbí-añá colocan los alimentos y proceden a servirlos en el mismo orden mencionado. Guancho comienza a comer, y al mismo tiempo cada uno de nosotros. Las asistentes retiran los utensilios y recipientes, de los que quedan solo los platos con restos de alimentos que son pasados por cada uno de nosotros, rotando cada plato a lo largo de la mesa, al plato de Guancho siguiendo siempre el mismo orden. La apetepbí Carmencita regresa con un plato vacío y se arrodilla frente a Guancho, quien le hace un rezo y echa los restos de su plato en el otro que ella retira.

Unos minutos después, ella regresa con una palangana que contiene agua clara y un jabón en el fondo, con el cual cada cual se lava las manos y se las seca con una toalla blanca, a continuación de lo cual se deposita una ofrenda monetaria que se hunde en el agua y se pasa por cada ojo (hay quien se persigna con ella) hasta dejarla colocada en el borde del recipiente. Desde el principio de esta ultima acción se ha entonado un canto a la apetepbi-añá, en forma responsorial con momentos de gran altura tonal. Luego ella se lleva la palangana a la cabeza y baila con ella, hasta desaparecer de la escena. Instantes después reaparece con el mismo recipiente que ahora contiene solo la ofrenda monetaria que es bendecida por el olúo principal, quien no sin cierta ironía y jocosidad le dice que así como cada cual depositó determinada cantidad se le reproduzca en salud, paz y bienestar para ella y los demás.

Después de concluida la cena, sigue nuevamente nuestra la reclusión en el cuarto sagrado, donde se comparten chistes, risas y actos humorísticos. El oro cantado frente a la plaza se prolonga bastante hasta que se presentan los olúos y babalawos en el patio y piden a las mujeres sentadas retirarse de allí a la sala-comedor, donde tendrá lugar la última escena del complejo ritual. Traen el tambor añá a nuestro recinto y, ahora siguiendo otro orden que no es el que aquí ha prevalecido hasta ese instante, se lo colocan a cada iniciado terciado en el pecho, en el brazo izquierdo una canasta de mimbre llena de frutas, una botella de ron, y el ramo de flores traídos por cada cual , mientras que en la mano derecha se aprieta el gallo. Finalmente le colocan un enorme racimo de plátanos verdes en el hombro derecho. Un olúo saca al iniciado del cuarto sagrado al compás de los tambores batá y los cantos responsoriales de varios sacerdotes que acompañan a ambos en forma de procesión; uno de estos lleva una jícara con agua que va esparciendo por el camino que debe a continuación transitar el iniciado, quien debe hacerlo bailando desde allí hasta el centro de la plaza, donde describe un círculo hasta situarse frente los instrumentos musicales sagrados de esta religión frente los cuales baila también. Luego retiran la canasta y el gallo para conducir al iniciado ante el tambor iya que debe percutir al compás de los dos restantes. Luego percute brevemente cada uno de los dos restantes tambores bata.

Finalmente el iniciado se postra a los pies del padrino Guancho, quien le hace los toques rituales en los hombros y lo hace poner en pie. Viene el abrazo entre padrino y ahijado, este último entrega el ramo de flores a una de las mujeres colocadas al lado de este olúo. Vuelven a colocarle la canasta en el mismo brazo y el racimo de plátanos en el mismo hombro con los cuales regresa adonde se saco bailando al compás de los tambores acompañados de los mismos cantos.

Todos los iniciados somos vueltos a recluir en el mismo recinto; irrumpen los tambores con otros toques y los olúos nos sacan en el mismo orden en que fuimos presentados ante el añá para conducirnos al mismo escenario de la plaza, ahora para bailar en colectivo frente a los tambores de fundamento, repartir las frutas y brindarles ron a cada uno de los presentes. La emoción sube de tono, los abrazos y alegría contribuyen a crear un clima de fraternidad autentica, me encuentro con Milián Galí junto a Guancho, nos abrazamos y compartimos un trago de ron. Me percato entonces que una multitud no solo ocupa todo el recinto donde se ha producido la presentación ante el añá, sino que desborda la calle, como en período de carnaval, donde se comparten diversas bebidas, se conversa y se esta en sana armonía y alegría. Queda abierto para mí el camino para alcanzar lo marcado por una consulta que me hicieran en Venezuela en presencia de mi padrino en Palo Vicente Portuondo Martín: hacerme Ifá... Quiero conocer más para adquirir mejor conocimiento de mí mismo, de mis semejantes y de la vida en general para intentar alcanzar un estadio superior de existencia que me permita actuar cada día con más inteligencia y, si es posible, al final, con sabiduría.

Santiago de Cuba, 13 de enero de 2004